El cielo del amanecer no tenía color, era simplemente blanco lechoso, pero una noche, ya cercano al amanecer el gigante Noshtex (Gigante perverso, Padre de Elal), asesinó a la nube que tenía prisionera y arrojó su cuerpo ensangrentado al espacio para no ser descubierto. Sin embargo la sangre que manaba abundante, salpicó al firmamento y chorreó largamente. Cuando comenzó a salir el sol, iluminó la trágica escena y, asombrados, los indios vieron enrojecerse más y más el cielo; por la tarde se repitió la escena y así día tras día hasta el infinito del tiempo. Los patagónicos suelen mirar extasiados los amaneceres y las puestas del sol recordando, en el silencio de las inmensidades, el origen de los cielos más lindos de la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario