3 jun 2010

"Viaje hacia lo desconocido". En"Los ojos verdes del invierno", de Rayzel


De naturaleza curiosa e intrépida, muy audaz en mi juventud, con amor a la aventura, y por cierto, nada me producía miedo entonces. Un día decidí partir, acababa de obtener el título de profesora para la enseñanza primaria, es decir, me sentía preparada para comenzar a independizarme y trabajar en algún lugar del mundo, cualquiera me daba igual. Lo importante era salir de donde estaba, y recorrer otros sitios que albergarían los sueños de una joven docente, entusiasta y valiente.
Sólo preparé mi equipaje, simple, liviano y me dirigí a la terminal de colectivos de la ciudad. Ya no había más opciones ni tiempo para cambiar de idea, pues ya tenía mi pasaje comprado y la decisión firme de viajar hacia el sur de la Argentina. No conocía las provincias del sur de mi país, solamente en postales o algunas fotos, que lograron atraparme por la belleza de los paisajes. Tampoco tenía gente conocida. Es decir, estaría sola frente a un mundo desconocido, pero estaba llena de expectativas y de miles de proyectos. Quería fundamentalmente, aplicar mis conocimientos para desarrollarme como una buena profesional en el aula. Sentía en ese momento que tenía tanto para dar, tanto para compartir y tanto para ser yo misma en un espacio que tal vez me agradaría o no, pero que me daría la oportunidad de comenzar a brindarme a los demás desde el lugar que elegí.
El colectivo estaba por salir, me despedí de mi madre y observé sus ojos llenos de lágrimas, y confieso que a mí también se me escaparon algunas, pero era el momento de mostrarme fuerte y decidida, y al fin, contenta por comenzar a vivir una aventura que jamás olvidaría, en ese instante recordé una frase que alguna vez leí,…”Habrá quienes volarán con Juan Salvador Gaviota por lugares de encanto y aventura, y gozarán como él de una luminosa libertad. Para unos y otros será una experiencia que jamás olvidarán”… Richard Bach
Los primeros kilómetros recorridos me trajeron algo de nostalgias, recuerdos de amigos que tal vez los vería mucho tiempo después o quizá no los volvería a ver, y también pensé que conocería otra gente, colegas, otros amigos… eso trajo alivio a mi corazón y en verdad me alegré al pensar en todas las experiencias nuevas que viviría, y ciertamente, jamás sentí miedo de lo que vendría o de lo que tendría que enfrentar.
A medida que avanzábamos, yo miraba curiosa a través de la ventanilla, sobre todo los nuevos lugares, ciudades como todas pero diferentes a la vez, por la disposición de sus calles, el paisaje, otra flora. Me parecía increíble ver cómo cambiaba el color de la tierra y el tipo de vegetación, a medida que me alejaba de mi terruño. La zona cercana a Río Negro ya iba mostrando la estepa, alternada con hermosos valles y zona de frutales, manzanas principalmente. Al cruzar el Río Colorado , ya nos encontrábamos en la región patagónica propiamente dicha, la Patagonia comenzaba a mostrarse en todo su esplendor, con su vegetación achaparrada, arbustos bajos y esparcidos, que dejan bastante suelo libre entre uno y otro, matas y matas a lo largo del camino, que en algún momento se me ocurrió infinito.
Para llegar de un lugar a otro había que recorrer muchos kilómetros, se notaba que a medida que avanzábamos al sur, las distancias eran más grandes entre una y otra población. De pronto, quedé maravillada de ver a un grupo de guanacos y más adelante unos choiques corriendo como locos por las pampas, y de trecho en trecho por la carretera se veían aplastados por las llantas de los vehículos algunas liebres o piches.
¿Hacia dónde voy?... me dije a mi misma, mientras observaba ese paisaje desconocido: aridez, vientos secos que soplan con intensidad, bajas temperaturas, polvo flotando en el ambiente.
Sentía algo de incertidumbre, sabía que es natural ante lo nuevo, pero no sentía miedo, sino más bien curiosidad. Estaba ya tan lejos, miles de kilómetros hacia el sur del país, hacia lo inimaginable e ignoto.
Continuaba mirando por la ventanilla del colectivo, tratando de imaginarme a mí misma dentro de esos lugares inhóspitos.
Más aún, no terminaba de llenarme de asombro, cuando llegamos a la ciudad de Puerto Madryn , la que me pareció bellísima, sobre todo porque era la primera vez que veía el mar, el mar infinito, bello, imponente y misterioso. Al descender unos minutos allí, respiré profundo, agradeciendo a Dios por lo que me estaba permitiendo conocer y experimentar tantas y tantas sensaciones nuevas.
El destino final era la ciudad de Comodoro Rivadavia . Estaba oscureciendo y entre las sombras de la noche que se aproximaban, se empezaron a distinguir las luces de la urbe. Curioso lugar, linda ciudad flanqueada por el cerro Chenque , discontinua, “colgada” de las laderas de los cerros, con barrios dispersos, enclavados en el fondo de los cañadones o contorneando la costa. Al llegar se sentía correr el viento, parecían lejanos silbidos que provocaban las ráfagas muy intensas por momentos.
Debía quedarme un par de días allí para realizar los trámites correspondientes a mi ubicación, en algún lugar para trabajar. Aproveché ese corto tiempo para recorrer algunas calles, en ellas encontré lo característico de estas tierras: el viento. Me pareció profundamente juguetón al principio, pues se desplazaba entre mis piernas jugueteando con mi falda, o intentaba sacarme de las manos unos papeles que llevaba, me despeinaba, me acariciaba, intentaba retrasar mi paso, yo debía hacer más esfuerzo para avanzar. Me resultó gracioso ver algunos árboles cubiertos de bolsitas de polietileno, o de pronto ver pasar a gran velocidad un montón de bolsas, cajas y papeles llevadas por el viento. Y al tocar mi rostro descubrí que estaba cubierto de polvo, tenía el cabello desordenado, y a mis ojos los sentía irritados. Estaba entrando en contacto con cosas nuevas, con sensaciones nuevas, el viento patagónico, fiel a su tierra se estaba presentando, manifestándose, recibiéndome tal vez.
Fui designada para trabajar en Alto Río Senguerr , ese sería mi lugar… Ansiosa preparé mis cosas y emprendí el viaje hacia ese sitio, desconocido también, pero lleno de magia y de ilusiones. Allí conocería a mis primeros alumnos, y con ellos empezaría mi larga experiencia como docente.











3 comentarios:

  1. Lindo relato, describir un espacio geográfico como lo hace la autora es impresionante, estoy seguro que nos continuará dando más momentos gratos.Gracias Rosy continúa así.
    Orlando

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  2. Es impresionante ver esa carretera infinita. Me gusta cómo transmite las distintas sensaciones la autora. Gracias.

    Claire

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  3. Gracias a ustedes por los comentarios, estimulan a continuar compartiendo lo que escribo.

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